miércoles, 4 de julio de 2012
Se encendió la noche de matices de colores. La princesa del reino lejano había abierto una extraña puerta, no se acordaba cual era ni tampoco cómo lo había hecho ni en qué momento, pero de la noche a la mañana la lúgubre noche se volvió rosa. Era una vista extraña, pues la luna, de su imperturbable blanco amarillento, contrastaba no muy bien con el rosa del cielo. Ella se sentía extasiada. Además del brillo del cielo, un torrente de sentimientos encontrados inundaban su pecho, haciendo que ese familiar nudo apareciera y la dejara sin respiración. A su vez, los rumores de que el rey vecino, su amigo perdido, la estaba buscando de nuevo. Y es que ella lo había amado en silencio por tanto tiempo que aquel hecho le parecía irreal. Debía ser un engaño, sí, eso debía ser. Había escuchado que la reina, esposa de su amigo, se había ido muy muy lejos, y lo había dejado solo con la promesa de un mañana. Eso debía ser, él se sentía solo. Con esos pensamientos, el cielo volvió a perder su color poco a poco, pasando de rosado a rosa, y luego a blanco y luego a negro. Pam! de un instante a otro, como si no hubiera pasado absolutamente nada. La princesa salió de su castillo y vislumbró como su luminoso reino era tan de pronto decadente y frágil, muy frágil. ¿Qué había pasado tan rápidamente?
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